JUEGO DE AZAR

Todos conocemos las llamadas “máquinas tragaperras”, visibles ya en todas partes (en bares, estancos…). Por no hablar los casinos y salones de juego que brotan como hongos en todas las poblaciones.

El uso —o, más bien, el abuso— de esta forma de juego se está convirtiendo en un auténtico problema social.

Recientemente, el Estado italiano ha presentado propuestas para limitar su uso.
Por ejemplo, la propuesta del Sr. Divina de conectar los dispositivos al sistema tributario estatal para evitar que el ciudadano pierda cantidades ingentes de dinero, lo que podría comprometer el presupuesto familiar, o el reciente “decreto dignidad”, que prevé el uso de la tarjeta sanitaria para acceder a las máquinas tragaperras.

En nuestra opinión, tales propuestas presentan problemas, como la violación de la privacidad, y además acarrearían la necesidad de aplicar modificaciones profundas a todo el parque de “máquinas tragaperras” ya instalado.

Además, resulta innegable que es necesario algún tipo de control de esta forma de juego, dado que también hay menores que juegan.

Como demuestra una investigación del CNR, cada vez más menores se dedican al vicio del juego.

Pensar en vedar el uso de las máquinas tragaperras a los menores utilizando la tarjeta sanitaria, como para las máquinas expendedoras de cigarrillos, es en nuestra opinión inútil. De hecho, es posible utilizar una tarjeta sanitaria expirada o de un difunto para acceder al servicio (como se puede leer en la página “distribución automática”).

Por lo que no hay ninguna certeza de que el usuario de la tarjeta sea su legítimo propietario.

En primer lugar, PrivacyCard garantiza que quien introdujo la tarjeta es su legítimo propietario, gracias a la validación mediante la huella dactilar. Y, lo que es importante, protege la privacidad del cliente.
Además, podría eliminar el problema del juego por parte de menores sin necesidad de aplicar casi ninguna modificación a las “máquinas tragaperras” existentes.

Basta que el lector de tarjetas habilite o deshabilite el sistema de pago de las máquinas tragaperras. Es decir, solo introduciendo la tarjeta y validándola con la huella entrarían en funcionamiento los aceptadores de monedas y billetes de dicha máquina tragaperras.

Yendo un paso más allá en nuestro razonamiento, se podría hacer también que las apuestas y las ganancias del usuario se almacenaran en la propia tarjeta. De esta manera, el ciudadano siempre tendrá a la vista el importe jugado en el día (o en la semana, o en el mes), y esta información constituirá un disuasorio evidente contra los excesos.
No solo eso, sino que incluso sería posible que el propio usuario, en el momento de la compra de la tarjeta, declarase su propensión al riesgo. Podría indicar cuántos euros está dispuesto a perder cada mes, y será la propia tarjeta la que impidiese ulteriores apuestas una vez que alcanzase ese umbral…

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